En toda la gran borrasca verbal que rodea ese libro de Luisgé Martín, El odio, una palabra ha permanecido ausente, la sobria palabra “responsabilidad”. Hemos visto a defensores incondicionales de la libertad de expresión, y hemos visto y escuchado también a quienes vindicaban el derecho al honor de las víctimas vivas y muertas de un doble asesinato cuya crueldad tal vez las palabras no pueden expresar, igual que no hay palabras para contar el dolor de la madre de los niños asesinados, ni probablemente capacidad para comprender su hondura. Y ha sido instructivo observar en todo esto lo que en la jerga contemporánea se llama sesgo de género: han sido hombres, en su mayoría, los que militaban, prietas las filas, en el bando de la libertad de expresión, y mujeres las que señalaban el tormento que la publicación del libro, y con ella el regreso a la actualidad del nombre, la cara y la voz de impasible asesino iba a causar a la madre de los niños, y sin duda también a los abuelos y los familiares cercanos.
Responsabilidad de expresión
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