Tan callando

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Hablando no se entiende la gente. Para comprobarlo basta con prestar algo de atención a los debates, por llamarlos de algún modo, que hay en el Parlamento, o escuchar una de las arengas que los líderes de los partidos dan a sus feligreses los fines de semana, empleando las armas incendiarias, aunque limitadas, de una oratoria consagrada a enardecer y persuadir a los ya persuadidos, la mayor parte de los cuales muestran un entusiasmo que tal vez no sería tan intenso si sus colocaciones y sus ingresos no dependieran tanto de la benevolencia selectiva del líder. Hablando a gritos y con crescendos de sarcasmo fácil y denostación del adversario, cada vez más el enemigo, lo que hace la gente es embriagarse de su propio sectarismo, y de los aplausos cautivos de sus subalternos, sin que en esas tiradas verbales se distinga una sola idea, sin que en el ruido de la artillería retórica, de una chabacanería deplorable, de una vulgaridad abismal, haya espacio para el menor intercambio de iniciativas capaces de aliviar los problemas que nos agobian y las amenazas que vienen aceleradamente hacia nosotros, todas las cuales exigirían un alto grado de conversación verdadera y concordia.

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Antonio Muñoz Molina
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