Oleksandr Mykhed no ha dejado de escribir desde que el ejército ruso invadió su país hace ya más de dos años, pero no ha vuelto a leer novelas. El 22 de febrero de 2022 lo despertaron las explosiones de los misiles y el tableteo cercano de las palas de los helicópteros que asaltaban el aeropuerto cercano. Él y su mujer no abrían los ojos a un nuevo día sino a un nuevo mundo infernal que no ha cesado desde entonces. Mykhed llamó a sus padres, que vivían cerca, y les dijo que tenían que salir huyendo. Quizás paralizados por el miedo, o por una súbita realidad trastornada que no les era posible asimilar, los padres se quedaron, y Oleksandr Mykhed, junto a su mujer y su perro aterrorizado, huyó en coche hacia el oeste de Ucrania. Sus padres vivieron durante tres semanas escondidos en un sótano, notando sobre sus cabezas el temblor profundo de las explosiones, y a veces también los disparos y los gritos salvajes de los invasores, que se confundían con los gritos de las víctimas, hombres asesinados a quemarropa, mujeres violadas, en la antigua tradición de la soldadesca soviética. Cuando Mykhed volvió al cabo de unos meses a su ciudad liberada por el ejército ucranio, su casa ya no existía, destruida por un misil horas después de que ellos se marcharan. Entre los montones de libros mezclados con cascotes y metralla de lo que había sido su amada biblioteca, unos pájaros habían armado un nido.
Cuando no es tiempo de ficción
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