La culpa de todo

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Una vez más, un ciclista ha muerto en Madrid atropellado por un conductor que se dio a la fuga. Hay conductores que matan a ciclistas o a caminantes y se dan a la fuga y no los atrapan nunca, y otros que son detenidos y que no sufren ninguna consecuencia por su crimen. Se ve que matar utilizando un coche es menos delito que si el arma es una pistola o un cuchillo. Los jueces, como los planificadores urbanos, y como las autoridades municipales y los legisladores, llevan más de un siglo poniendo los privilegios de los conductores y los intereses de los fabricantes de coches y de las petroleras no solo por encima de las simples vidas humanas, sino también de la habitabilidad del planeta Tierra. En una crónica desde Nueva York, María Antonia Sánchez-Vallejo contaba el otro día el crecimiento de las cifras de accidentes de tráfico y de muertes de caminantes y ciclistas causadas por conductores, y daba unas cifras que son el retrato alucinante de la tiranía del coche privado sobre los espacios que deberían ser de todos: “El 51,4% del espacio público está ocupado por coches en movimiento; el 24,8%, de aparcamientos para coches; las aceras son el 22,7%; el resto, un 0,96%, son carriles bici y calles cerradas al tráfico”. Dicho de otro modo: más de las tres cuartas partes del espacio de una gran ciudad son territorio exclusivo de los coches. De ese ínfimo, aunque peligroso, 0,96% que corresponde a las bicicletas y a las calles sin tráfico, yo pude disfrutar mientras vivía en Manhattan, aprovechando la red de carriles que se fue extendiendo rápidamente en los años del gobierno municipal de Michael Bloomberg. Bloomberg, por cierto, era un republicano temprano, aparte de multimillonario, no precisamente uno de esos izquierdistas y ecologistas que según el Gobierno de Castilla y León y Fernando Savater tienen la culpa, entre muchas otras cosas, de los incendios apocalípticos de cada verano.

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Antonio Muñoz Molina
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