La lejanía embellece la literatura porque revela su médula de universalidad, pero también puede envolverla en malentendidos. Quien ve muy de cerca la historia o el mundo de una novela corre el peligro de subvalorarla porque se fija sobre todo en su conexión con lo real, como quien conoce al modelo de un retrato y juzga el cuadro por su parecido. Cualquier ciudad, inventada o real, que conocemos solo a través de las novelas cobra para nosotros un resplandor mitológico, y hasta su nombre se nos vuelve poético, aunque sea del todo común para quienes lo usan a diario. La primera vez que yo vi el nombre de Memphis en la tipografía de letras blancas sobre fondo verde de las autopistas americanas, lo que veía no era un indicador de dirección, sino la palabra conjuro que contenía para mí toda una riqueza de música y literatura, y también de heroísmo y militancia política. En ese nombre resonaban vidas de bluesmen y de personajes de Faulkner, además de la sombra trágica de Martin Luther King.
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