En la tienda del Palacio Real, junto al catálogo de la exposición La otra corte, que se exhibe allí ahora, se vende el CD del Officium Defunctorum, de Tomás Luis de Victoria, grabado hace tres años por el grupo Musica Ficta. He vuelto a escucharlo en las debidas condiciones nada más volver a casa, y esa música que me acompaña con tanta frecuencia cobraba ahora una potencia más sombría porque sonaba como fondo de las terribles imágenes que la acompañaron en la época en que sonó por primera vez. De Victoria fue capellán de María de Austria en su retiro del convento de las Descalzas Reales en Madrid. El Officium Defunctorum lo compuso para el funeral de la emperatriz, que murió en 1603, y lo publicó en 1605. Que la primera parte de la mayor obra literaria de la lengua española y la composición más alta de toda nuestra música se escribieran al mismo tiempo es una coincidencia asombrosa. La música a la vez austera y deslumbrante de Tomás Luis de Victoria invoca el temor a la certeza y la cercanía de la muerte, pero en ella hay también una dulzura que no tiene que ver solo con la expectativa teológica de la resurrección: es compasiva, y consoladora, y para mi oído secular pero alerta a lo sagrado sugiere más la serena aceptación que la esperanza.
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