Enrique Moradiellos tiene un talento narrativo de historiador americano o británico y una capacidad doble para la profundidad investigadora y para la síntesis. Su libro escuetamente titulado 1936 es el mejor resumen que conozco de la Guerra Civil. Su biografía de Juan Negrín ofrece esa inmersión de largo aliento que suele considerarse exclusiva de las novelas, pero que yo encuentro con más frecuencia en el trabajo de los historiadores que combinan la pasión de descubrir y la pasión de contar. En ese libro uno encuentra la complejidad histórica de los tiempos que le tocó vivir a Juan Negrín y también el sentido inmediato de su carácter y hasta de su presencia física. En una época en la que el pasado español está cada vez más sometido a las simplificaciones y a los maniqueísmos de la ideología, y en la que el arte de la novela se pone con frecuencia al servicio de catecismos de buenos y malos, me da la impresión de que el trabajo de los historiadores es más que nunca el reducto del conocimiento riguroso y de esos valores de sutileza, ambigüedad y pluralismo de miradas que antes solíamos encontrar en las novelas.
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