Desde que volvimos, el sábado, apenas he dormido. La tensión de la mudanza, de los papeleos, los abogados, etc, se juntó al agotamiento del jetlag. Dicen que los viajes transatlánticos dañan las defensas. Yo llevo varios días con catarro, con fiebre, durmiendo apenas, despertándome en cuanto me adormezco porque no puedo respirar. Así que lo que hago, aparte de mirar el techo, es leer. Leo una biografía extraordinaria de Thoreau que acaba de publicarse, escrita por Laura Dassow Walls. Eran las siete o las ocho de la mañana y al drama de los mocos se sumaba el apretón de congoja en la garganta por el relato de la muerte de Thoreau. Dassow Walls ha escrito una biografía tan buena que está a la altura de la categoría intelectual, literaria y moral de su personaje. Es una investigadora apasionada y una escritora magnífica, ella también. Me quedo adormilado y la fiebre hace que en mis sueños aparezca Thoreau, y que lo leído y lo soñado y lo inexistente se confundan. Yo también paseo por los bosques de Concord y me detengo a considerar cada especie botánica con la que me encuentro. Thoreau es el inventor de la ecología, y casi de la escritura sobre la naturaleza, pero también es mucho más, igual que sus amigos y sus parientes de Concord, hombres y mujeres, esa gente valerosa que ofrecía refugio a los esclavos fugitivos del Sur, ayudándoles en lo que llamaban el Underground Railroad, el camino de huida hacia Canadá. Entre otras cosas he descubierto en este libro que la causa antiesclavista estaba protagonizada mayoritariamente por mujeres. La madre y las hermanas de Thoreau se negaban a servir azúcar en la mesa para no ser cómplices de la explotación de los esclavos en las plantaciones. Yo no sabía hasta qué punto Thoreau fue un activista contra la esclavitud, contra la guerra injusta de agresión que arrebató a México la mitad de su territorio, contra el maltrato y el acoso de los nativos americanos. Allí, en Concord, en un pueblo de Nueva Inglaterra, se discutía fogosamente a mediados del siglo XIX la mayor parte de lo que todavía nos preocupa: la igualdad de hombres y mujeres, la relación no destructiva con la naturaleza, la educación pública como instrumento de la maduración personal y del aprendizaje de la ciudadanía, la solidaridad cívica, el derecho a la resistencia contra las leyes injustas. Tampoco sabía yo que hacia 1850 el tribunal supremo de Estados Unidos dictaminó que los esclavos eran objetos de propiedad, no personas, y que por lo tanto no se les podían aplicar las garantías jurídicas que protegen a los ciudadanos.
Uno de los grandes momentos de la biografía es cuando Dassow Walls cuenta el impacto que tuvo sobre Thoreau y sus amigos la lectura de El origen de las especies. De pronto Darwin daba una coherencia absoluta, una explicación simple y luminosa, a toda la riqueza de las observaciones que ellos llevaban tanto tiempo haciendo en la naturaleza. Qué absurdas, una vez más, las divisiones entre las ciencias y las letras: Thoreau, como Darwin, es un científico y un escritor de primera fila, y además tiene un sentido de la belleza en el que se juntan la ciencia y la poesía, igual que se juntan en él la contemplación solitaria y el activismo político.