Posteridades

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En 1947 el historiador británico  William Epson le confió a un amigo el manuscrito recién terminado de una obra en la que llevaba trabajando quince años, así como las fotos y las ilustraciones originales que debían acompañarlo cuando se publicara. Epson era especialista en literatura, pero esta vez había explorado un camino distinto, el de la historia del arte. Su libro, The Face of the Buddha era un estudio de la transmisión de la imágenes de Buda a lo largo de los siglos, y de las sutiles asimetrías que suele haber en ellas. La primera idea para el libro la tuvo al visitar un templo en Japón y quedar deslumbrado por la belleza de las estatuas de Buda.

El amigo de Epson bebió más de la cuenta ese día. Al llegar a su casa se dio cuenta de que no llevaba consigo el manuscrito del libro. Lo había olvidado en un taxi, creyó recordar. Era el original. Epson no tenía ninguna copia. El libro desapareció para siempre sin rastro. Epson murió en 1984, sin haber superado nunca el disgusto de aquella pérdida.

Por una suma de casualidades, alguien encontró el sobre con el manuscrito, las fotos y los dibujos hace unos años. Acaba de publicarse, y quienes lo han leído dicen que es una maravilla, lo mejor que Epson escribió nunca.

2

En el metro, sentada frente a mí, una chica de aire moderno y lector está embebida en un libro de David Foster Wallace. No aparta un momento los ojos de la lectura. Está erguida y absorta, la barbilla joven inclinada hacia el libro. Se baja en la misma estación que yo. Por el pasillo sigue leyendo, alzando los ojos apenas lo justo para encontrar el camino. La veo perderse leyendo en lo alto de una escalera mecánica.

3

Cuando Vasili Grossman terminó Vida y destino, un alto cargo del partido, Suslov, el vigilante de la ortodoxia ideológica, le dijo que un libro así no podría publicarse en trescientos años. Al poco tiempo agentes del KGB registraron su casa y se llevaron la única copia que Grossman tenía del libro. Destaparon su máquina de escribir y se incautaron la cinta de la máquina con la que había escrito la novela. Grossman murió creyendo que no quedaba rastro de ella.