No sé si hay otro libro que pueda alimentar mejor una vocación temprana por el cine o por la literatura como El cine según Hitchcock, de François Truffaut. Es un acto de admiración de un gran director joven hacia su maestro y es también una conversación fervorosa entre dos personas que aman con idéntica intensidad el oficio al que se dedican. Ninguno de los dos se cansa de hablar de lo que más le gusta, de examinar por dentro los mecanismos de la narración, a la vez sofisticados y primarios, y de fijarse en los saberes técnicos que la hacen posible. Hablan de cómo se hacen y cómo funcionan las películas, pero podrían estar hablando de novelas, y no habría gran diferencia en el valor de sus observaciones. Hablan de lo que se muestra y de lo que se sugiere, de lo que parece muy importante en una historia pero tan solo es un pretexto para mantenerla en marcha, del modo en que la narración es un esbozo que solo llega a completarse en la imaginación hipnotizada del espectador. Por eso, cuando el libro caía en manos de un aprendiz de novelista, ya no había manera de que dejara de leerlo.
[…]