Raro diciembre

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En Nueva York la gente va por la calle en manga corta, a diez días del invierno. En Pekín o Beijing las figuras se convierten en sombras errantes por una niebla de ceniza y partículas venenosas.  Carlos Pérez, mi amigo físico de la NASA,  me explicó que las partículas de contaminación son mucho más pequeñas que las naturales -el polen, la arena en el viento- y pueden penetrar mucho más profundamente en el tejido pulmonar. El retroceso de los glaciares del Himalaya es tan acusado como el deshielo en Groenlandia. En la campaña electoral española nadie habla de cambio climático, de la especial fragilidad de nuestro país, donde grandes zonas del territorio sufren procesos de desertificación muy rápidos. Marc me cuenta que en otras épocas las primeras heladas llegaban para Thanksgiving, a finales de noviembre. Yo me acuerdo del frío de mi primer Thanksgiving aquí, un noviembre en el que todavía duraba el luto de la caída de las Torres Gemelas. Durante varios años celebramos la fiesta en Tribeca, en casa del escultor Leiro. Él y Vico, Victoria, su mujer, apartaban las esculturas terminadas o en marcha y ponían unas mesas largas en el gran espacio del taller, donde había un olor espléndido a carpintería. Un año Thanksgiving coincidió con la despedida del poeta Dionisio Cañas, que se volvía a España y a Tomelloso después de veinte años de profesor en Columbia. Dionisio había tenido en la ciudad grandes amores y grandes tristezas, todo lo que podía descubrir un joven español llegado a ella de golpe a finales de los años setenta. Decía que Nueva York había estado muy bien para ser joven, pero que para hacerse viejo él prefería Tomelloso. Miguel, el hijo de los Leiro, dibujaba en sus cuadernos lo que había visto desde la ventana de su clase la mañana del 11 de septiembre: aviones, gente cayendo de edificios muy altos. Al terminar la cena, saliendo a la calle, hacía tanto frío que Leiro me prestó otro chaquetón que me puse montañosamente encima del mío, y un gorro para que no se me helaran las orejas. Los vecinos del barrio les bajaban platos de pavo y puré de patatas a los policías que todavía vigilaban por las calles del barrio, que durante varios meses siguió siendo muy oscuro de noche, como un bosque al que daba algo de miedo entrar, más abajo de la frontera de Canal Street. Ahora salgo a comprar algo para la cena y aunque ya es de noche hay un brisa casi templada. Catorce años parecen haberse pasado en un instante.