Como su propio nombre indica, el Lejano Oeste no es un lugar sino un indicador de dirección, una distancia que nunca se cubre por muy largo que sea el viaje que conduciría hacia ella. Lo que empezó a llamarse así hacia finales del siglo XIX era una prolongación o una parte de otro territorio aún más fabuloso y más amplio, las Indias de los navegantes y los exploradores españoles, que habían tenido mucho más que ver con la literatura y los desvaríos de la leyenda que con la geografía. Lo que veían era tan desmesurado y tan fantástico que le daban nombres tomados de los libros de caballerías, y lo poblaban con criaturas de la mitología y de los bestiarios medievales, y con ciudades y reinos que siempre parecían estar más allá y los impulsaban a organizar expediciones catastróficas. El primer viajero europeo que atravesó a pie la distancia inverosímil entre el golfo de México y la costa del Pacífico en California, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, nos dejó un relato en el que la pura observación antropológica deriva hacia la alucinación. Cabeza de Vaca fue el primer europeo que vio manadas de bisontes, y también el primero en tener ante sí unas amplitudes espaciales de una escala que todavía hoy desafía la capacidad de la mirada y de la inteligencia humana para abarcar el mundo.
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