Arqueologías del cine

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Las personas de mi generación serán las últimas en recordar un tiempo en que la televisión aún no existía y el cine era la forma suprema del entretenimiento. En las ciudades pequeñas, en los pueblos de mayoría campesina, el cine se integró en un rico ecosistema de ficciones que eran sobre todo orales, complementando a la radio pero sin competir con ella, integrando sus mitologías en los repertorios de la imaginación popular. La mayor parte de los géneros narrativos cultivados por los autores de radionovelas eran los mismos que ofrecía el cine: el melodrama, las historias de misterios y crímenes. Había veces que una misma historia se difundía en la radio y después en el cine, o incluso en el teatro, y eso multiplicaba los fervores colectivos, la identificación emocional entre el público y los personajes de las fábulas que lo subyugaban. En una época en la que la única música que se escuchaba en la radio eran variantes diversas de copla o canción española aflamencada, el oyente reconocía su propia vida y su propia lengua en esas canciones, que no eran ajenas casi nunca a las heredadas de la tradición oral, y muchas veces se mezclaban con ellas.

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