Oigo en la radio pública una entrevista con un empresario nacido en Afganistán, y exiliado durante largos años por el mundo, a causa de las guerras. Volvió hace no mucho y decidió gastar lo que había ganado en fundar escuelas para niñas. Dice con una convicción serena que para que su país tenga un porvenir las niñas han de estar escolarizadas. No hacen falta muchas cosas para abrir una escuela, aunque sí unas cuantas fundamentales. En Afganistán, además de lo habitual -pizarras, pupitres, cuadernos, un techo, claridad, un patio de juegos- hacen falta vigilantes que defiendan la escuela de los ataques de los fundamentalistas, y también un pozo. Sin un buen pozo no puede haber una escuela, porque apenas existen instalaciones fiables de suministro de agua potable. Los talibanes han encontrado otra manera de evitar que las niñas aprendan a leer y a escribir: envenenan los pozos.
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