Viendo películas sobre pintores uno se da cuenta de lo difícil que es mostrar los procesos creativos en el cine, incluso los visuales, y también de que el mundo de ahora no sabe qué hacer con el trabajo del artista, y menos todavía con el oficio cada vez menos considerado de la pintura.
El cine es movimiento, y un pintor se pasa mucho tiempo no haciendo nada, solo mirando, o absorto en sus cosas. Una gran parte de la invención de una obra sucede a grandes profundidades en las que no se puede proyectar ninguna luz directa. Y la vida real de un artista no suele dar mucho de sí como materia novelesca o intriga cinematográfica, a no ser que se recurra al estereotipo del genio, a medias bruto y a medias visionario, atormentado, desquiciado, rondando la locura o sucumbiendo a ella, emborrachándose, tomando drogas, suicidándose.
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