Es raro pensar en la celebración del centenario de Bioy Casares. Un centenario es una cosa póstuma y marmórea, y en Bioy hay una liviandad que elude todo lo solemne, una transparencia que hace visible la hondura, pero que excluye la pompa. Bioy parecía un caballero porteño de otra época, y cuando fue viejo se veía irónicamente a sí mismo como un viajero del pasado sin máquina del tiempo. Pero lo cierto es que, sin ningún énfasis, escribió una literatura en gran medida intemporal, que tenía simultáneamente la pureza de las fábulas y un arraigo muy poderoso en la realidad que él conocía y recordaba, en la vida de Buenos Aires y de las capitales interiores del país, en los paisajes del campo y en esas ciudades europeas por las que se movían volublemente sus viajeros argentinos de clase alta.
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