Casi al final de White noise, Don DeLillo está contando un episodio trágico y grotesco que incluye disparos y mucha sangre derramada en la habitación de un motel, y una carrera en coche hasta un hospital, una noche de diluvio, en los suburbios de una ciudad ruinosa y sin nombre, una de esas ciudades del Medio Oeste que son los yacimientos arqueológicos de la era industrial. En medio de ese panorama, en el clímax de una novela sobre la que gravita desde las primeras páginas un sentimiento de mortalidad personal y amenaza colectiva, Don DeLillo se detiene a describir un mural que hay en el vestíbulo de urgencias en este hospital católico atendido por monjas ancianas: flotando entre nubes, rodeados por ellas, el presidente Kennedy y el papa Juan XXIII se estrechan las manos, con la alegría de encontrarse el uno al otro en el cielo.
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