En cada ciudad en la que está uno se acuerda de otras ciudades, o se las imagina si no las conoce. En Nueva York me acuerdo esta noche de Sevilla, y aunque por la ventana un poco levantada entra una brisa fría no me cuesta nada imaginar una brisa tibia sevillana, con perfumes de flores nocturnas, en una caminata por esas calles que parecen de Italia, de una taberna a otra, de una barra a otra, probando tapas y raciones sabrosas, recibiendo como un regalo esa franca cordialidad que es inimaginable aquí, donde con tanta frecuencia no hay término medio entre la simpatía impostada de anuncio y la indiferencia hostil. Qué bien lo he pasado siempre en Sevilla. Iba allí cuando vivía en Granada y antes de llegar ya se abría de par en par el horizonte. Cada vez que he vuelto he encontrado siempre un tumulto de amigos y de lectores. Allí tengo a mi amigo Perico, y a mi amiga Tere, a mi sobrina Úrsula, y ahora a todos los amigos que van a encontrarse el fin de semana con el pretexto de este cuaderno. En España son vísperas de vacaciones. Aquí son días laborables con un fondo festivo porque podemos salir a la calle y dejarnos caldear condicionalmente por el sol. Con qué gusto compartiría unas cañas, unas raciones, unas botellas de vino, una conversación hasta las tantas.
Por una vez, no podré ser yo quien haga la crónica.
Un abrazo para cada uno, tan lejos, tan cerca.