De regreso

Publicado el

Desde la ventanilla del avión que ha empezado el descenso la ciudad resplandece envuelta en una niebla ligera, luminosa en la noche como una Vía Láctea. Siempre da vértigo esa llegada, ese momento en que el se despliega el tren de aterrizaje y se ve el brillo oleoso del mar en la oscuridad, y la galaxia de luces con su orden geométrico de cristales de hielo, las líneas de carreteras iluminadas que se pierden en lejanías sin horizonte.

Subir al avión siempre es un alivio, después de la escalada de nervios en las horas previas a la partida, o ese momento de punzada en el estómago en que el taxi enfila la autopista hacia el aeropuerto y uno se pregunta si a pesar de todas las precauciones no habrá olvidado algo imprescindible, y palpa el bolsillo una vez más en busca de la cartera o del pasaporte. Más de ocho horas de quietud por delante. Buena lectura, buena música en los auriculares, excelente compañía, vida en suspenso en vísperas del porvenir que empezará con la llegada.

Al salir de la terminal, en JFK, respiro ávidamente el aire frío de Nueva York después de meses de ausencia, el olor a bosques y a invierno, mientras guardo turno en la cola de los taxis, grandes y amarillos en la luz escasa, emergiendo de la niebla con un lustre de película antigua.

Las vueltas que da la vida. Las idas y las vueltas.