Como se han muerto casi en los mismos días resalta más el contraste entre ellos: Manolo Escobar, Lou Reed. A los improvisadores de necrológicas Manolo Escobar les da pie para ponerse sociológicos y condescendientes; Lou Reed favorece mucho la prosa de garrafa, como traducida del inglés, la prosa de doblaje que ahora les parece cool a algunos redactores de cultura en los periódicos.
A mí los dos me gustaron mucho, cada uno en su momento. Manolo Escobar era una voz rutilante surgiendo de los aparatos de radio en la infancia, en los programas de discos dedicados. Era el tiempo en que la gente trabajadora encontraba en la radio voces populares en las que se reconocía, según una tradición que venía de los primeros años treinta, del pop folklórico y republicano en el que reinaron Miguel de Molina, Angelillo, Imperio Argentina. De la generación antigua yo creo que el mejor fue, con mucha diferencia, Miguel de Molina. En la que yo llegué a descubrir de niño el más grande, el cantaor verdadero, maestro refinado de los fandangos, fue Juanito Valderrama. El éxito comercial más grande yo creo que lo tuvo Manolo Escobar. Recuerdo las multitudes en los cines de verano, los domingos, en los estrenos de sus películas, el delirio colectivo en cuanto aparecía con su gran sonrisa y su tupé barnizado.
Luego vino el pop anglosajón y nos dio vergüenza haber tenido aquellas impresentables aficiones infantiles. De Manolo Escobar, Antonio Molina y Juanito Valderrama, pasamos a los Beatles, los Animals, los Doors, Lou Reed. Dos discos de Reed, New York y Magic and Loss, me han acompañado como algunos libros de poesía. A Lou Reed lo veíamos de vez en cuando saliendo de los conciertos de Lincoln Center, con su mujer, Laurie Anderson, un matrimonio ya mayor de aficionados a la música. A Manolo Escobar lo conocimos Elvira y yo hace unos años, y tal como cabía imaginar era una persona estupenda. Un hombre alegre, cordial, verdadero, que le explicaba a uno, casi con remordimiento, que aquella canción, Que viva España, no era suya, sino de unos alemanes. Era, igual que de joven, como alguien de la familia, como un tío de uno, o como un cuñado o un primo mayor, con aquella sonrisa que había resplandecido tanto en un pobre país de bocas cariadas. En los años de la pobreza la gente trabajadora reconocía en él a un semejante. Y además era un conocedor y un coleccionista muy atento de pintura contemporánea española. Me ha gustado leer que murió en paz, que se apagó dulcemente.
