1. Sol de otoño, oro de octubre. Un río lento y rumoroso de cien mil bicicletas baja por la anchura amazónica de la Castellana, desde la plaza de Castilla a Colón, ocupándola entera. Padres y madres jóvenes con hijos pequeños, enjutos abuelos deportistas, bandas joviales de amigos, gente disfrazada, niños diminutos con gafas y chichoneras pedaleando muy serios en sus triciclos, siguiendo como patos a sus mayores. Un manifiesto práctico en favor de una ciudad más habitable, con menos ruido y menos ira, más despejada para moverse y respirar. Por la cuesta arriba de Goya algunos padres empujan a sus hijos. Madrid es una ciudad de cuestas, cuestas arriba y cuestas abajo, horizontes abiertos. Es grato formar parte de una multitud tan pacífica, tan reividindicativa, tan variada, tan limpia de consignas y banderas.
2. La feria del libro antiguo y de ocasión en el Paseo de Recoletos. Levantándose pronto la mañana de domingo da para mucho. Un librero amigo que participa en la organización me habla de la indiferencia y la hostilidad de los poderes públicos hacia la feria: ni en el ayuntamiento ni la comunidad hacen nada por ella. Me gusta el ecosistema de los libros de segunda mano: una lectora se me acerca para que le firme una edición antigua de Beltenebros que publicó hace muchos años el Círculo de Lectores. Un par de adquisiciones para la biblioteca inesperada: La conquista de América, de Todorov; y la Historia del corazón, de Vicente Aleixandre, a quien leí tanto cuando era muy joven, a quien dejé luego de leer sin motivo. Nada más abrir el libro encuentro uno de los poemas suyos que más me gustan, uno de los grandes poemas de amor en castellano del siglo, Mano entregada.
Y eso me trae el recuerdo de mi añorado Fernando Fernán-Gómez, que recitaba mejor que nadie ese poema.