Las mejores novelas ensanchan la realidad: le añaden pormenores, provincias enteras que en seguida se nos vuelven imprescindibles. Cervantes lo sabía, y por eso hizo que cuando don Quijote llega en su vagabundeo a Cataluña se encuentre con un bandido tan real como Roque Guinart y vea desde la playa de Barcelona una escaramuza con barcos piratas berberiscos que había sido un hecho notorio para sus contemporáneos. Max Aub quiso que su Jusep Torres Campalans se cruzara con Picasso no sólo en las páginas de una novela que fingía ser una biografía sino en alguna de las fotos trucadas que la ilustraban. Daniel Defoe publicó Robinson Crusoe como la historia verdadera de un náufrago, y a Francisco Rico le gusta puntualizar que el autor del Lazarillo no es anónimo, sino apócrifo, porque la historia viene firmada por el propio Lázaro de Tormes.
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