Uno prepara a conciencia sus lecturas de verano y luego se las cambia sin miramiento el azar. El cambio suele ser para bien. Yo no tenía previsto regresar este verano a Galdós, pero intervino el azar de un encargo, que me forzó a dejar en suspenso otras lecturas más premeditadas, y lo que había empezado siendo una obligación ha terminado por convertirse en una aventura lectora que durará más allá de agosto. Empecé leyendo Misericordia, quizás la última obra maestra en el ciclo de las que él mismo llamó “novelas españolas contemporáneas”. El encargo lo saca a uno del cauce de sus prioridades voluntarias, incluso le fuerza a dejar en suspenso tareas que le importan más aún porque es uno mismo y nadie más quien se las ha impuesto. Pero precisamente en ese salirse de lo elegido y de lo previsto es donde el encargo revela a veces su virtud paradójica: impone un quiebro, un cambio brusco de rumbo, y por lo tanto lo deja a uno a merced de lo inesperado, que es el mejor camino para el descubrimiento.
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