A veces se descuida uno y sin proponérselo tarda demasiados años en volver a algunos libros que le gustan mucho, como a algunas ciudades que sin ningún motivo se le quedaron muy atrás. No sé cuánto tiempo hace que no volvía a una de mis novelas favoritas de siempre, El sueño de los héroes, de Bioy Casares. Quizás desde que vivía en Granada. Lo llevaba en al mochila en el viaje a Florida, y esta mañana, en el viaje de regreso, cuando el avión remontaba el vuelo sobre un horizonte de marismas y bosques de pinos muy altos de troncos muy delgados, he vuelto a abrirlo, y cada frase que leía y recordaba al instante era como la voz recobrada de alguien muy querido. Bioy nunca fue más lejos en el equilibrio entre la ironía cotidiana porteña y la poesía de lo improbable y lo fantástico. He vuelto a encontrar con emoción este retrato de la confianza plena entre dos amigos, entre dos personas que se conocen y se quieren:
“Reflexionó, con una suerte de orgullo fraterno, que la perspicacia de los dos juntos era muy superior a la que tenía cada uno cuando estaba solo y por fin, con una nostalgia anticipada, en la que adivinaba el destino, entendió que esas conversaciones con Larsen eran la patria de su alma”.
Los dos Larsen fundamentales en la literatura del Río de la Plata: el Larsen de Bioy, el de Onetti. Onetti, que desdeñaba a Bioy -demasiadas diferencias de educación, de talante y clase social- admiraba sin embargo El sueño de los héroes.