Mañana lunes, temprano, en un café del Village, empieza a rodarse La vida inesperada. Elvira escribió el guión hace más de cinco años, alentada por Javier Cámara. Es una historia entre dulce y amarga, entre cómica y triste, de españoles en Nueva York y de españoles que vienen de visita a Nueva York, de americanos de fuera para los que la ciudad es tan fabulosa y tan dura de vivir como para cualquier extranjero -y también de latinoamericanos, porque Nueva York es cada vez más la ciudad en la que confluyen como ríos todos los acentos y todos los orígenes de las personas que tenemos en común no sólo el idioma, sino también una forma más afectiva o más desamparada de estar en el mundo. Uno de los personajes que me gusta más de la historia es un argentino que tuvo una librería en Buenos Aires y que al cabo de los años de salir huyendo de la dictadura militar acabó regentando en Nueva York una tienda de ultramarinos.
En estos años de crisis, reunir el dinero necesario para el rodaje ha sido una tarea ardua, llena, como la película misma, de ilusiones y de desencantos, de promesas fallidas y golpes inesperados de suerte. Lo ha logrado, contra viento y marea, una productora independiente llena de iniciativa y coraje, Beatriz Bodegas. En un mundo tan propenso a la testosterona como la producción cinematográfica es un alivio encontrar esa fuerza femenina que no necesita ir acompañada de arrogancia. Primero llegaron la productora y el director, Joaquín Torregrosa, y el equipo técnico, y después, hace unos días, los actores, Javier Cámara, Raúl Arévalo, Carmen Ruiz, y las dos estupendas actrices americanas, Tammy Blanchard -que hizo muy bien de Judy Garland joven en una gran película para televisión- y Sarah Sokolovic, que viene de Detroit. Ruedan en Nueva York durante las próximas semanas. Como Elvira es muy pudorosa se esfuerza en contener la ilusión que le hace estar a punto de asistir a lo que sólo puede experimentar un escritor en el teatro y en el cine: ver cómo lo que ha imaginado y escrito se convierte en presencias reales, en gente que habla, en lugares precisos, en voces. La película trata de ese instante sutil en la vida de cada uno en el que, por voluntad propia o por fuerza, casi siempre con la intervención del azar, ha de darse el paso definitivo hacia la madurez. La he imaginado muchas veces leyendo el guión, escuchando cosas que me contaba Elvira mientras lo escribía, y ahora lo que me hace ilusión es llegar un día a una sala de cine, acomodarme en la penumbra y ver suceder delante de mí esa película.