Voy al Metropolitan a ver una exposición de Matisse y paso mucho más tiempo mirando cuadros, dibujos y litografías de George Bellows. El Metropolitan es menos un museo que un laberinto, o que una enciclopedia desplegada en forma de laberinto, de modo que lo más natural es perderse en él, acabar viendo lo que uno no esperaba, equivocarse al torcer un pasillo y encontrarse no entre el gentío de las exposiciones más populares sino en la soledad de una galería dedicada al arte tibetano, o examinando de cerca las molduras talladas en una prodigiosa canoa de Nueva Guinea hecha con el tronco hueco de un solo árbol. En el Metropolitan encuentro de vez en cuando por casualidad cosas mucho más seductoras que las que he ido buscando, y del mismo modo que la emoción prevista se deterioraba en desengaño lo inesperado me colmaba.
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