No te sumergirás dos veces en el mismo libro. Aunque no haya pasado mucho tiempo desde la última lectura, el libro que uno tenía ya la sensación de conocer bien le revela vetas nuevas en las que hasta ahora no había reparado, y siendo el mismo ya es tan otro como el río de Heráclito. Lo asombroso de releer no es la confirmación de lo que ya se sabía sino el caudal de lo nuevo, la sorpresa de todo lo que quedaba aún por descubrir. Después de tentativas diversas espaciadas a lo largo de muchos años, interrumpidas o fracasadas casi siempre, yo completé la lectura de Ulises hace seis veranos, en la quietud de unas vacaciones. Llegué al final y me gustó tanto que hice lo mismo que hacía cuando en otros veranos antiguos se me acababa La isla misteriosa: empecé de nuevo, sobre todo con la intención de saborear ahora más detalladamente el comienzo, que es algo que se debe hacer con las novelas si se quiere aprender cómo están construidas. Pero esa vuelta me despertó el apetito en vez de saciarlo, y la segunda lectura completa fue todavía mejor que la primera, exactamente por el mismo motivo por el que no hay gran pieza de música que no se disfrute mucho más en la segunda audición.
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