Breve estampa del día

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Cuando la gente del porvenir lea sobre este tiempo nuestro le costará imaginar que hubiera días de una belleza tan resplandeciente como la de hoy en Madrid, con una tibieza casi de primavera en el limpio aire otoñal, con el sol vibrando en los amarillos y oros de los árboles. Los infortunios del pasado uno se los imagina en blanco y negro y con cielos encapotados. Salí pronto, por la mañana, en la bici, y se notaban las calles más despejadas y más silenciosas por la huelga, como en un día de fiesta. El viento de cara traía olor de tierra y revuelos de hojas. Me acuerdo de un poema de Neruda sobre el silencio que hay en el interior de una fábrica un día de huelga. He descubierto que el ciclismo que más me gusta es el de ir por la ciudad, camino de una tarea o de una cita, sin ropa de deporte, como máximo con los bajos del pantalón metidos dentro de los calcetines;  ir en bici como iría caminando o en metro, y casi siempre más rápido que si fuera en taxi. El ejercicio físico se disuelve en las tareas cotidianas. Ir en bici, en el fondo, es un deporte de haraganes, salvo que a uno le entre la vocación de las mallas apretadas y los records de velocidad o resistencia.

En Cibeles, por la esquina del Banco de España, había una multitud, y se escuchaba su clamor mezclado con el tableteo de las palas de un helicóptero. Tenía una cita en el barrio de Salamanca, y allí, claro, no se notaba mucho la huelga. En una pared veo un cartel con una foto de Franco: “Vuelva, general, que han acabado con todo”.