Nunca había intentado darle un abrazo a un director de orquesta justo después de su actuación. Entré con Elvira en el camerino de Pablo Heras-Casado cuando acababa de dirigir a la Orquesta Nacional y se había quitado la chaqueta del frac y estaba tomándose un botellín de Cruzcampo. Fui a felicitarlo dándole un abrazo y tenía la camisa empapada en sudor, adherida a la piel. La música es un trabajo físico. Me había cruzado con Pablo algunos emails pero hasta la semana pasada no habíamos tenido la oportunidad de conocernos. Él me escribía desde las ciudades a las que lo lleva siempre durante sólo unos días su oficio errante. Esta vez acababa de llegar de Houston, y a Houston había llegado desde San Petersburgo, no sin pasar brevemente por Granada, donde viven sus padres, y donde tiene una casa, un carmen el el Albaicín donde se retira cuando puede.
Pablo Heras-Casado, a los 34 años, dirige algunas de las mejores orquestas del mundo y tiene un aspecto más de músico pop que de director formal. Tuve la suerte de asistir un viernes por la mañana a su ensayo con la Nacional. Así pude disfrutar más del concierto de la tarde. Por la mañana, en el Auditorio, conocí a su padre, un policía nacional jubilado. Aprovechaba los descansos para preguntarle cosas, y él no tenía ninguna dificultad en contarme con orgullo de padre los episodios de la precocidad musical de su hijo. Fue la maestra de preescolar, en Barcelona, la que advirtió su oído excepcional. La familia volvió a Granada y se fue a vivir al barrio trabajador del Zaidín. En ella no había precedentes musicales. Con muchos sacrificios su padre compró a plazos un piano. Me contó que por las tardes llevaba al chico al conservatorio y pasaba a recogerlo después. Estudiaba música y sacaba buenas notas en un colegio público del barrio. Ahora a Pablo lo han nombrado director titular de la orquesta Saint Luke, de Nueva York. Dirigirá Rigoletto en la Metropolitan Opera el año que viene. En febrero iremos a verlo cuando dirija a la Saint Luke’s en Carnegie Hall.
Se disculpó por estar tan empapado en sudor que casi no había manera de acercarse a él y bebió un largo trago de Cruzcampo muy fría. Nos dijo que la cerveza es lo mejor para recuperarse después de un concierto. Cualquier sabe en qué ciudad del mundo estará ahora mismo, por cuántos aeropuertos y habitaciones de hotel y salas de conciertos habrá pasado desde que nos despedimos, hace casi dos semanas, en cuántas músicas memorables se habrá sumergido.