Cómo se cuenta lo que sucede ahora mismo. No lo filtrado por el recuerdo, no lo alejado en los mundos seguros de la fantasía o del pasado histórico, ni lo que segregado por un yo narcisista que no se molesta en distinguir entre sus propias ocurrencias y los hechos reales, los duros hechos concretos que desde hace tanto tiempo no son la materia con la que se hace la literatura en España.
Cuando escribo literatura no me refiero en exclusiva, ni mucho menos, a la ficción. Literatura es contar el mundo con palabras. Tan literatura como una novela o como un poema es una crónica o una entrevista o el guión de una película o una obra de teatro en la que las palabras no sean irrelevantes. Literatura es contar las cosas como son, unas veces ejerciendo la libertad de inventar y otras ateniéndose en el máximo grado posible a la realidad de los hechos. La diferencia no está en el poderío estético del relato sino en un acuerdo claro, casi un contrato riguroso con el lector. A ese acuerdo estricto se refería Michael Scammell, el biógrafo extraordinario de Arthur Koestler, cuando escribió que un biógrafo es un novelista bajo juramento. Un autor de no ficción se atiene a los hechos en la misma medida en que un poeta, al componer un soneto, elige atenerse a las reglas del metro y de la rima.