Qué alegría encontrarse con Josep Pons, aunque sea de tarde en tarde, ir a escuchar un concierto dirigido por él y saludarlo luego en el camerino, recién duchado y exhausto, o tomar algo con él en una cafetería cercana, en el intermedio de una jornada rigurosa de grabación o de ensayos, o tenerlo de compañero una tarde en una conversación pública sobre la música y la literatura. Estuvimos juntos en Segovia, en el festival Hay, bajo los arcos desnudos y las bóvedas tremendas de una iglesia románica, con Jesús Ruiz Mantilla, y como Josep Pons se ha dejado una barba canosa que le da más autoridad se le había puesto también una cara algo románica, una cara de románico catalán.
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