Insomnio romano

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Roma colma. Roma marea. Roma trastorna y abruma, sobre todo en verano, sobre todo con una ola de calor agravada por la humedad del Tíber. Roma y el taxista que conduce por los callejones y habla y gesticula a la misma velocidad, Roma y las multitudes pastoreadas por guías con paraguas o banderines en alto inundando el Panteón y el camino entre el Panteón y la Piazza Navona, Roma y el estremecimiento de ver el David con la cabeza de Goliat de Caravaggio en la Galleria Borghese: los helados de Roma, desbordando la galleta del cucurucho; las pizzas en ese restaurante recóndito que se llama la Sagrestia, en la Via del Seminario, al que no he dejado de ir desde que me lo recomendó hace 20 años Juan Arias,; la granita de limone deshaciéndose con un escalofrío en el cielo de la boca ;  los puestos de frutas y verduras en el Campo di Fiori, y sobre ellos la triste figura encapuchada de Giorndano Bruno,  con su pesadumbre de siglos; los borbotones de agua helada de las fuentes en el cuenco de las manos; la penumbra de Santa Maria del Popolo después del calor horizontal de la plaza, y al fondo el martirio de San Pedro, y frente a él la Conversión de San Pablo, con esa luz fantasma que ciega al soldado caído entre las patas del caballo, el caballo con el lomo más reluciente de toda la historia de la pintura.

El insomnio de Roma. Porque hace calor dejo entreabierta la ventana de la habitación y entran hasta muy tarde los ruidos de la calle: las voces, los pasos de la gente, resonando en los callejones adoquinados, el estruendo de una moto, los cascos lentos de un caballo, el maullido de un gato, los gritos como carcajadas de las gaviotas de Roma. Quién puede dormir con tantas sensaciones juntas.

Caravaggi, David con la testa di Golia
Caravaggio, David con la testa di Golia