Que todo suceda tan rápido será un signo de estos tiempos angustiados. Afilada por la expectación de lo inminente y lo casi siempre temible la conciencia no tiene más remedio que mantenerse más alerta que nunca. El sábado por la noche, en una cena familiar en la que se discuten las últimas noticias alarmantes, escucho por primera vez el nombre de un helenista español que vive en Atenas y que escribe desde allí un blog sobre Grecia. El domingo, en la feria del Retiro, un librero me pregunta si conozco a Pedro Olalla y cuando le digo que no me regala Historia menor de Grecia, diciéndome que no puedo dejar de leerlo: entonces caigo en la cuenta de que su autor es el mismo del que oí hablar por primera vez la noche del sábado. Como el libro es de Acantilado incita en seguida a que las manos lo abran y entra por los ojos. En el taxi de vuelta a casa ya lo voy hojeando mientras la radio salta del fútbol a las noticias sobre el rescate financiero de España. Esa noche me quedo leyendo hasta que se me cierran los ojos. Solo he interrumpido la lectura para buscar por Internet el rastro de Pedro Olalla, que resulta ser un hombre joven y enjuto que habla y escribe con la misma solvencia sobre la Grecia clásica y la Grecia de ahora, sobre el fundamento griego de casi todas las cosas mejores que tenemos y sabemos y sobre el desastre de una Europa subordinada a los grandes poderes económicos, deshabitada de ciudadanía, estragada por clases políticas incapaces y corruptas.
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