La de cosas que puede aprender uno nada más que escuchando la radio, teniéndola puesta de fondo mientras cocina o mientras friega los platos, o mientras espera que se haga el café. Los sábados y los domingos, en la radio pública de Nueva York, desde hace no sé cuántos años, está el programa de Jonathan Schwartz, de doce a cuatro. Jonathan Schwartz, que tocó el piano acompañando a cantantes, pone canciones de esa gran tradición que empieza más o menos en Irving Berlin y llega hasta Stephen Sondheim, la edad de oro de lo que se llama el American Songbook. Pone música y habla, con su voz cascada de viejo, pierde el hilo, recuerda cosas antiguas, se emociona hablando de un cantante que le gusta mucho o de algo que acaba de descubrir, y ya no parece que lo está uno escuchando en la radio, sino que lo tiene aquí, en la cocina, o en la barra de un bar, una voz que te cuenta algo a ti, no a muchos millares de oyentes. Como adora a Frank Sinatra, la verdad es que a veces se pone un poco pesado con él, pero qué se le va a hacer. Cada cual tiene sus manías, y Jonathan Schwartz, al cabo de tantos años, parece que hiciera el programa en zapatillas de andar por casa. El sábado anunció un nombre con el que no me quedé, y una voz femenina empezó a cantar ‘Round Midnight, a decirla más bien, con una pureza extrema, dejando salir el aire como si fuera un saxo, sin más acompañamiento que un contrabajo. Dejé lo que estaba haciendo y llamé a Elvira para que viniera cuanto antes. Nos quedamos los dos quietos delante de la radio, apurando cada palabra y cada nota, los dos alerta esperando al final para que no se nos pase el nombre. Karrin Allyson, dice Jonathan Schwartz, que nunca se da prisa para hablar cuando ha terminado una canción. Buscamos ese nombre en Spotify y en YouTube y ahora no dejamos de escucharla.
El sábado Karrin Allyson, el domingo Rocío Márquez. Se ve que son días de bellas voces de mujeres, despojadas de adornos, la médula pura del canto.