La libertad más frágil

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La libertad de expresión es una planta rara y valiosa que arraiga con mucha dificultad y en muchos lugares solo suele florecer brevemente, y nunca deja de estar rodeada de peligros. A los gobernantes, a los líderes religiosos, a los mesías de diverso pelaje, a los devotos de cualquiera de ellos, la libertad de expresión les parece en el mejor de los casos una incomodidad y en el peor y nada infrecuente un delito, una traición, una blasfemia. No ayuda el hecho de que algunas personas se declaran defensoras de la libertad de expresión pero no tienen inconveniente en aceptar excepciones. En mi primera juventud a mí me enfurecía la falta de libertad de expresión en la España de Franco o en el Chile de Pinochet, pero extrañamente esa misma libertad no la veía necesaria en China o en Cuba. Esa doble vara de medir la había aprendido de la intelectualidad europea, y de sus derivados españoles, que se caracterizaba por un curioso sentido geográfico de las libertades: en los países donde ellos vivían las consideraban imprescindibles, y hasta insuficientes. Pero a medida que aumentaba la distancia geográfica o variaba la temperatura se iban volviendo progresivamente más comprensivos con los abusos que para sí mismos nunca habrían aceptado. […]

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Salman Rushdie (fotografiado por David Shankbone)
Salman Rushdie (fotografiado por David Shankbone)

Fe de erratas: en el articulo de EL PAÍS de hoy 3 de marzo de 2012 aparecía la expresión “siempre será más respirable una dictadura que una democracia” cuando lo que debería poner es “siempre será más respirable una democracia que una dictadura”.