Se nos había olvidado cuánto nos gustaban las novelas de guerra fría de John le Carré y lo buenas que eran. Se nos había olvidado a muchos que lo leímos con devoción y entrega cuando éramos jóvenes y que al cabo de los años empezamos a aburrirnos de una prosa que se volvía más espesa sin ganar en hondura y de unas tramas que adquirían la agotadora prolijidad de los best sellers de conspiraciones internacionales, con la añadidura de un mensaje político demasiado machacón como para no ser también burdo. En 1989, cuando los ayatolás iraníes condenaron a muerte a Salman Rushdie por blasfemia, John le Carré adoptó una postura de notable bajeza, sucumbiendo a esa debilidad que tiene una cierta izquierda por las tiranías que se declaran antioccidentales. Años después, en 2003, se le vio marchar gallardamente por las calles de Londres contra la ignominia de la guerra de Irak, su cabeza blanca resaltando entre la gran multitud que ocupaba Trafalgar Square. […]
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