La gran ventaja de la ignorancia es que permite de vez en cuando la alegría del descubrimiento. Yo escribo ahora mismo urgido por esa alegría, por el asombro de haber encontrado una escritura de la que hasta hace unos días no sabía nada y que ahora va conmigo como una voz nueva y fiel, con esa suprema cualidad portátil que tiene la poesía, gracias a la cual uno puede llevar en el bolsillo la obra completa de una vida. El mes pasado, cuando oí o leí el nombre del ganador del Nobel de Literatura, me encogí de hombros, casi como todo el mundo, con ese instinto de recelo o indiferencia hacia lo desconocido del que no está libre nadie. Un poeta sueco. Un poeta sueco con un nombre que uno nunca ha escuchado y que no se le queda en la memoria. Tomas Tranströmer. Uno, aunque no lo quiera, es tan provinciano que automáticamente considera falto de mérito o poco importante a un escritor por el simple hecho de que nunca ha escuchado su nombre. Como si uno lo supiera todo.
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