La invención estética más nueva que he presenciado en mucho tiempo ha sido imaginada por un hombre de 86 años. Uno de los montajes escénicos más poderosos que he visto en mi vida cabría en una furgoneta. Una selva llena de peligros y de animales monstruosos, un gran templo con puertas de bronce, el palacio de una reina fantástica y enloquecida, un bosque estremecido de cantos de pájaros, han existido delante de mí en un espacio plano y vacío en el que se intercalaban varas de bambú de no más de dos metros. La belleza límpida de la música de Mozart, sus tránsitos en apariencia sin esfuerzo de la candidez a la solemnidad, de la pura alegría a la desesperación, me los han revelado con más claridad y hondura que nunca unos cantantes jóvenes y desconocidos, acompañados simplemente por un piano.
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