Lo mínimo, lo inmenso

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El buen lector es caprichoso, pero también ecuánime. Disfruta mucho algo y a continuación o simultáneamente disfruta igual lo que parece lo contrario. Disfruta el desvarío y el rigor de la ficción y disfruta la sensatez y el caos de los relatos crudos de la vida. Lo que quizás nunca haga un lector verdadero es no disfrutar: habiendo tantos libros buenos, qué pérdida de tiempo resignarse a uno malo o mediocre; habiendo obras maestras tan distintas entre sí, qué sufrimiento inútil empeñarse en remontar alguna que no nos dice nada, o a la que no nos acercamos en el momento adecuado de nuestra vida. No sé cuántas páginas llevaré leídas en la mía, pero no creo que haya terminado ni una sola por obligación. Ahora estoy leyendo a la vez dos libros que parecerían antagónicos: uno breve, el otro larguísimo; uno hecho a base de chispazos lacónicos de inteligencia y poesía, entrecortado, fragmentario, como escrito sobre la marcha: el otro de una sostenida amplitud que tiene algo de las larguísimas duraciones morosas de Wagner o de Richard Strauss. Uno lo llevo conmigo en el bolsillo de la americana, o en la pequeña mochila con la que voy ahora a todas partes, y aprovecho para leerlo en la espera en el dentista o en el trayecto en el metro, minutos breves pero suficientes para recibir la urgente descarga eléctrica de sus iluminaciones; el otro es un volumen macizo, compacto, de más de mil páginas, y por lo tanto requiere el sedentarismo lector del sillón o la cama, y será una compañía excelente en un largo vuelo o en un viaje en tren.

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Friedrich Nietzsche dibujado por Hans Olde
Friedrich Nietzsche dibujado por Hans Olde