Confidencias

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Mientras se atarean escaneando códigos de barras y tecleando precios en la caja registradora las cajeras del supermercado -casi siempre de Puerto Rico, Santo Domingo, Colombia- conversan jovialmente entre ellas en su español del Caribe, confiadas en que los clientes no van a comprenderlas. Llevan moños tirantes a lo Jennifer Lopez y largas uñas postizas pintadas de colores: a veces con la bandera americana, o la de Puerto Rico, de rosa para San Valentín. A los clientes se dirigen con cortesía mecánica en inglés: Credit or debit?- Have a good day- One bag or two bags? Al hablar entre sí ríen y se hacen guiños y no se saben si hablan de novios reales o de personajes de los culebrones de la televisión. “¿Y qué tu sabes de lo que le hizo ese bandido?” Yo miro al frente y procuro no sonreir para que no parezca que las entiendo y que las espío. Una de ellas, una negra alta que entre cliente y cliente le da un mordisco a una barra de chocolate, le dice a la que tiene al lado: “Ay chica, yo al esposo mío lo engaño” . La otra se ríe mientras teclea velozmente en su caja. “¿Y cómo así?” La negra muerde el chocolate con sus grandes dientes muy blancos y paladea el bocado. “Lo engaño con la comida. Me da tannnto placer…”

-Have a good day -me dice la otra cajera, seria y cansada al dirigirse a mí.

-You too.

Antonio Muñoz Molina
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