Todo está empezando siempre. En el metro, esta mañana, frente a mí, un padre joven y una hija como de cinco años, con coletas, con una trenka, con zapatos lustrosos de hebilla. La niña está leyendo en voz alta, descifrando más bien, las palabras de un cuento, mientras mueve un dedo índice sobre ellas, uno de esos cuentos de páginas anchas y gruesas, con mucho dibujo y la letra muy grande. Mueve tentativamente los labios, y de golpe una palabra entera se forma en su voz, familiar y sorprendente, la equivalencia mágica de unos caracteres y un sonido, y la niña se vuelve contenta y orgullosa hacia su padre, que le pasa una mano por el hombro, y que ha dejado de leer por un momento el libro que sostiene en la otra.
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