Apuntes de viaje-2

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8.- Salgo pronto por la mañana y hay una niebla fría como de invierno anticipado que agranda el silencio del domingo. En la niebla, al fondo de la plaza, junto a la Casa de las Torres, veo pasar a un hombre menudo y de pelo blanco que es mi tío Juan, el hermano de mi padre. Tendrá ya más de setenta años, pero es de esos hombres que a pesar de la edad conservarán siempre el aire de hermanos pequeños que les fue asignado en la infancia: una cierta ligereza, una disposición de buen humor y deferencia hacia cualquier forma de primogenitura. Me uno un rato a su paseo y muy pronto me está hablando del huerto que tiene en su casa, de la hortaliza que cría, de una parra que da las uvas más dulces, de una higuera joven que este año aún no ha dejado de producir higos de aquella variedad que más celebraban los hortelanos antiguos, los higos nigales. Nos despedimos con un abrazo unos minutos después y ya se ha disipado la niebla. “A ver si no tardamos tanto el volver a veros”, dice mi tío.

9.-Ya estamos preparando el equipaje para marcharnos cuando vuelve a sonar el timbre de la puerta. En Úbeda la gente conserva la costumbre cordial pero algo aterradora de presentarse sin previo aviso. Abrimos y es mi tío Juan, que se alegra al ver que aún no nos hemos marchado. Trae un cesto lleno de uvas menudas y rubias de su parra. Trae otro forrado de hojas de higuera y colmado de unos higos gordos, reventones, verde claro y morado, los rotundos higos nigales de pulpa roja que yo no probaba hace muchos años, que conservan en la piel el mismo olor a higuera que tienen las hojas. “Para que os los lleveis a Madrid o a Nueva York”, dice mi tío. “Seguro que allí no encontrais higos como éstos”.

10.-En el coche, de regreso, atravesamos llanuras y colinas de olivares y escuchamos en un silencio fatigado a Miguel Poveda, cantando algunas de las canciones que sonaban en la radio cuando yo era niño: La bien pagá, Ojos Verdes, Vino amargo, Ay mi Rocío. Para sentirme asido al presente pienso en esos lectores jóvenes que se nos acercan a que les firmemos  libros y que no habían nacido cuando yo me marché por primera vez. Pero tampoco Poveda había nacido cuando yo escuchaba en la radio esas coplas que él dice ahora con ese talento.