El visionario razonable

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Vista del pabellón americano de la Expo 67, por R. Buckminster Fuller. Philipp Hienstorfer publicó esta fotografía en la Wikipedia Alemana el 25/12/2007 con las licencias CC-BY-SA-3.0 y GFDL
Vista del pabellón americano de la Expo 67, por R. Buckminster Fuller. Philipp Hienstorfer publicó esta fotografía en la Wikipedia Alemana el 25/12/2007 con las licencias CC-BY-SA-3.0 y GFDL

Según su hija Allegra, Buckminster Fuller consideraba el barco de vela una de las invenciones más extraordinarias del ser humano. Propulsado sólo por el viento, un barco de vela se mueve sobre el agua siguiendo un rumbo preciso y transportando pasajeros y carga sin daño para el medio ambiente, sin dejar huella de su paso. Para él la belleza de las cosas se medía por la proporción entre el esfuerzo y los medios invertidos en hacer algo y su eficacia práctica. En un mundo de recursos limitados y necesidades abrumadoras, el desperdicio es un delito: en el proceso de su construcción y en el resultado final un velero era para Buckminster Fuller el ejemplo máximo de diseño racional y sostenible. “No luches contra las fuerzas adversas, úsalas”, dice uno de sus aforismos: la forma y el material de la vela y la destreza del piloto ponen al viento al servicio del velero, que no deja manchas de gasolina ni trastorna a los peces con el sonido de su motor, y que aprovecha lo mismo las corrientes del aire que las del agua. Buckminster Fuller quería inventar casas y vehículos que tuvieran una liviana eficiencia de barcos de vela, que alcanzaran el máximo de estabilidad con el mínimo de peso, y se impacientaba con los arquitectos, empeñados en usar materiales y técnicas muy anteriores a los adelantos tecnológicos del siglo XX, entretenidos en minucias decorativas que a su juicio carecían por completo de importancia, obedientes a la inercia de la gravedad. Cuando era ya muy viejo, pero todavía asombrosamente activo, le presentaron a Norman Foster y la pregunta que le hizo nada más saludarlo se ha vuelto legendaria:

-¿Cuánto pesa su edificio, Mr. Foster?

Seguir leyendo en EL PAÍS 25/09/2010