Poética de la mirada

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“I am a camera”, dice Christopher Isherwood al principio de su Goodbye to Berlin: soy una cámara, una mirada y no una conciencia, soy una pura voluntad de observar y dejar testimonio de lo que el azar me va poniendo por delante. En el caso de Isherwood, un patio interior en una casa de vecinos, en un barrio popular de Berlín en 1930. La mirada reducida a la condición de lente fotográfica ve en una ventana un hombre que se afeita y en la otra una mujer con un kimono lavándose el pelo. Si en vez de un escritor hubiera sido un fotógrafo, Isherwood nos habría legado el retrato de esa mujer anónima y tal vez atractiva tomado furtivamente con una Leica, el del hombre ensimismado en la operación de afeitarse, la liturgia inmovilizada del cuenco de agua caliente con jabón y la cara en el espejo, la navaja detenida en el aire o habiendo despejado ya un espacio de piel limpia y lisa contra el blanco de la espuma. Decir “soy una cámara” en 1930 era declarar un propósito literario y estar al tanto de un avance técnico: gracias a la novedad de la pequeña Leica, inventada en 1925, la fotografía podía convertirse en un arte ambulante y liviano, libre de trípodes aparatosos y lentos mecanismos, un solo gesto veloz que atrapaba algo en un instante sin ser advertido, visto y no visto.

Seguir leyendo en EL PAÍS, 17/07/2010