Me contó un joven experto en fútbol que cuando Florentino Pérez era presidente del Madrid quitó a Del Bosque como entrenador porque “no daba buena imagen”. Tal vez la reciente apoteosis del entrenador con cara de funcionario o de gerente de una ferretería puede ser un indicio de un cambio muy necesario de los tiempos. Un señor calvo, con bigote y de mediana edad es la antítesis exacta del pijerío estético contemporáneo, que lo invade y lo infecta todo, desde la política hasta los periódicos, sin excluir, ni mucho menos, las artes, y entre ellas la literatura. Hasta el idioma se ha infectado: hay que “dar la imagen”; hay gente que gana dinerales siendo “la imagen” de algo, en general una marca, que ya es en sí misma otro engaño, una etiqueta pegada a una nadería carísima manufacturada en un taller de trabajo esclavista en algún suburbio de Bangladesh o de Vietnam. Ser imagen, o dar la imagen, es, en anticuado español, poner la cara, o ganarse por la cara un dineral, pero aquí hay otro fraude conectado, porque esa cara tan guapa o simplemente famosa que se pone consiste en gran parte en una ficción del photoshop. Detrás del rostro que nos mira no hay nadie, dice Borges en un poema; detrás de tantos rostros, imágenes de cosas, fantasías de diseño, no hay nadie, no hay nada, ni rastro de sustancia. La estética Del Bosque puede ser un principio de antídoto contra esta universalidad del espejismo, de la nada servida en prestigiosos envoltorios, como esos centros oficiales de arte contemporáneo que abundan ahora tanto, y en los que importa más el edificio(firmado por un arquitecto estrella, desde luego)que nada de lo que haya dentro. Del Bosque no da imagen de nada: tan sólo hace sin aspavientos y al parecer mejor que nadie aquello que sabe hacer. Cualquier publicitario, cualquier director de imagen, cualquier diseñador de esos que reinan ahora en los suplementos de fin de semana de los periódicos lo desdeñaría sin mirarlo. Para mayor delito, ni siquiera es joven, ni finge serlo. Más que un eslogan publicitario lo que lo define es un refrán antiguo: el buen paño en el arca se vende. Eso no quiere decir que no importe el aspecto exterior, mucho cuidado: el aspecto exterior no es el resultado de una operación cosmética, sino la consecuencia natural de los valores y los actos. El estilo es el hombre, decía Buffon: el estilo es la consecuencia y la muestra de lo que uno es de verdad, no una simulación caprichosa o ansiosa.
Busquemos la estética Del Bosque en las cosas bien hechas que nos gustan, en los lugares que no fingen ser lo que no son, en la gente que se hace mayor sin abandonarse y sin disfrazarse, en la escritura que llama a las cosas por su nombre, en el periodismo que nos cuenta buenas y sólidas historias bien contrastadas, en el restaurante de toda la vida donde nos dan unos perfectos boquerones fritos o unas perfectas alubias, en el bar donde nos sirven una caña estupenda sobre una barra de cinc sin agobiarnos con diseños terminales ni con musiquillas de máquinas tragaperras. Busquemos y practiquemos la estética Del Bosque, que, como ocurre siempre, es también una ética.