A mis herederos, señor Rodríguez Ibarra, haga el favor de dejarlos en paz, que no le han hecho nada, ni a usted ni a ninguno de sus admiradores, y tienen al menos tanto derecho como los herederos de usted a ser juzgados por lo que son y por lo que hacen, no por el oficio público al que se dedican sus padres. Mis hijos procuran ganarse un lugar en la vida empeñándose igual que cualquiera en el estudio y el trabajo, y no tienen más herencia segura que los valores de rectitud y amor por el esfuerzo y el conocimiento que sus padres hemos podido transmitirles. […]
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