La cuestión es simple, de una simpleza que puede ser alentadora o desoladora: sin periodismo serio no hay democracia; sin periodismo cultural serio no hay cultura democrática.
Entiendo por cultura democrática la que favorece la manifestación de las mejores formas de talento creativo y el acceso a ellas del mayor número de personas capaces de disfrutarlas y juzgarlas con un criterio soberano, no manipulado por sutiles o explícitas coacciones de la ideología, del comercio o la moda. Igual que el ciudadano necesita, para ejercer su condición, un periodismo que le cuente escrupulosamente las cosas como son, no como los mangantes de la política o los amos del dinero quieren que sean, el aficionado a la literatura y a las artes necesita educar su criterio con informaciones rigurosas y juicios críticos no corrompidos por el colegueo o el capricho. Los intereses y las aficiones que cada cual posee han de ser alimentados; pero un buen periodismo también despertará en el lector curiosidades nuevas, abrirá campos insospechados, más gozosos todavía porque tendrán el resplandor excitante de lo nuevo. Fortalecer prejuicios, navegar con la corriente, dar más al que ya lo tiene todo, disfrazar el conformismo de disidencia, la corruptela de integridad, son vicios comunes en culturas poco ventiladas: contra ellos, no hay más antídoto que un ejercicio permanente del juicio personal alumbrado por un periodismo que ofrezca conocimiento y trasmita observación serena y crítica, curiosidad y entusiasmo. […]