Voces de Venezuela

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Dos maleficios añadidos de la emigración forzosa son la invisibilidad y el silencio. En el país de acogida, o de llegada, por decirlo más neutro, el emigrado forzoso suele ser invisible para los nativos, a no ser que por su número o por su pobreza llegue a percibirse como una molestia. Salvo excepciones, ha llegado a toda prisa, sin contactos, sin un contrato de trabajo, sin perspectivas de que su cualificación profesional sea reconocida. El emigrado forzoso muchas veces es un emigrado fugitivo, que salió huyendo con lo poco que tenía a mano, con poco más que unas cuantas direcciones y contactos de compatriotas que lo precedieron en la huida. Y una mudez repentina agranda la invisibilidad. El emigrado puede no hablar el idioma del país de acogida, o hablarlo tan defectuosamente que sus posibilidades de comunicación son tan escasas como las de trabajo. La elocuencia que tuvo en su vida anterior, la que todos manejamos en la nuestra, se le ha convertido de pronto en tartamudeo, en un hablar equivocado o incierto, más todavía a causa de la timidez, del sentimiento de la indiferencia o la hostilidad del ambiente. El que sabía explicarse con toda la rica fluidez de su idioma y el pleno dominio de sus referencias culturales visibles o implícitas ahora parece confinado en una tosquedad preverbal.

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