Días en Lisboa

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A veces una historia va revelándose despacio a partir de un indicio trivial que permanece mucho tiempo guardado, como un objeto que una persona mañosa encuentra por la calle y lleva un tiempo en el bolsillo y luego deja en un cajón, sin buscarle una utilidad, pero sin decidirse a tirarlo.

Pero también sucede, aunque no tanto, que la historia aparece completa delante de uno, como si uno mismo no hubiera tenido parte en su invención, tan sólo hubiera tropezado con ella. Me ha sucedido una tarde de domingo, mientras leía junto a una ventana por la que entraba una brisa cálida de verano adelantado, apartando de vez en cuando los ojos del libro para mirar el verde intenso de unas copas de árboles ligeramente diluido en la neblina húmeda, la tarde de principios de mayo que ya parece del verano tropical de Manhattan, y que me hace sentir más tangible la otra ciudad que he visto mencionada en el libro, Lisboa: ciudades portuarias con grandes ríos que anuncian la anchura próxima del mar.

[…]

Seguir leyendo en EL PAÍS (08/05/2010)