Los catetos

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Pueblerino, provinciano y cateto es el que no sabe mirar con generosidad y atención el mundo, sea en su pueblo, o en su ciudad de muchos millones de habitantes: el que no ve más allá de sus narices. Un gran número de los más grandes artistas se ha concentrado en el mundo pequeño que tenía a su alrededor, y ha visto en él el universo: Joyce solo escribió de Dublín, Giorgio Basani de Ferrara, Emily Dickinson de su jardín. Josep Pla, que tantas crónicas memorables escribió sobre ciudades europeas y largos viajes, hizo una de sus obras maestras contando un modestísimo viaje en autobús por su comarca catalana. Álvaro Cunqueiro es sublime en sus historias de Mondoñedo, y cuando quiere hace que Galicia se parezca a Grecia en los tiempos de Ulises. Hay un universalismo de pueblo, igual que hay un catetismo de gran capital.  Giorgio Morandi no salió casi nunca de Bolonia. Juan Gris no volvió nunca a su Madrid natal. Juan Carlos Onetti vivió en un piso de la Avenida de América de Madrid sin pisar apenas la calle, como si viviera en Buenos Aires o Montevideo, o en su Santa María inventada. Hay un paletismo que es la falta de curiosidad hacia todo lo que está fuera o está lejos. En Nueva York hay a veces un paletismo no ya de Manhattan, sino de Tribeca o del Village o del Upper East Side. Una señora que vive todavía en Madison nos dijo que hasta muy entrada en su juventud no visitó el Upper West Side, que está al otro lado de Central Park, a 20 minutos caminando. No todo depende de decisiones personales, ni mucho menos. A los sesenta y tantos años, enfermo, Onetti no tendría ninguna gana de tomar un avión hacia Madrid a toda velocidad en vez de quedarse en su Montevideo. A los fugitivos de Siria o de la exYugoslavia nadie les preguntó si sentían o no apego a su pueblo antes de expulsarlos. Don Federico García Rodríguez y doña Vicenta Lorca no se fueron a vivir a NY precisamente por esnobismo viajero. Isaac Bashevis Singer no habría querido abandonar nunca su querida Varsovia. Cada persona es un mundo. Primo Levi vivió toda su vida en la misma casa burguesa de Turín, a excepción de un par de años en los que tuvo que hacer el turismo forzoso de los campos de exterminio. Yo amo mi ciudad natal y más todavía el barrio de mi niñez y he escrito y sin duda escribiré muchas páginas de rememoraciones y de invenciones sobre ese mundo, pero también amo, con igual intensidad, mis calles de Madrid y las de mi barrio de Nueva York, y me siento en casa nada más pisar Lisboa, respirar su aire, contemplar su luz, y tengo lazos muy poderosos con Granada. Viajar me ha  enseñado muchas cosas, pero podía no habérmelas enseñado. Hay quien viaja y no ve nada o solo ve o cree ver aquello que confirma sus prejuicios. Lo que yo admiro de William Eggleston, de Faulkner, de Flannery O’Connor o Eudora Welty, es lo mismo que admiro de Alice Munro: su capacidad de concentrarse en espacios geográficos muy limitados que conocen muy bien y de revelarlos en su plena singularidad irreductible con una luz universal. Cateto es quien considera un mérito definitivo, un privilegio del destino,  el azar de haber nacido en un cierto sitio.